Casi todo es otra cosa

Columna semanal publicada en el periódico "Últimas Noticias" de Ciudad Victoria, Tam., y otras cosas que se me ocurren en el camino. Por Elin López León de la Barra.

25 enero 2007

El poeta y la ciudad

I. Conocí a Alejandro Betancourt en una lectura de textos de los integrantes del taller de literatura de la UAT llevado a cabo en la Feria del Libro del 2004. No sé si en realidad fue ese el día de nuestro primer encuentro, pero lo recuerdo porque sus textos me causaron una gran impresión. En aquel momento me sorprendió la fuerza de su poesía, aunada a su juventud. Sobre todo me llamó la atención su clara conciencia de su sí mismo como escritor.

En aquel entonces, un Alejandro muy joven ya tenía pleno conocimiento de su otredad, de su no – ser, no – pertenecer. Pero, me parece, también entendía que en ese no pertenecer radicaba la fuerza necesaria para nutrir al poeta.

Todo adolescente es, por definición, un extranjero. Mientras unos rumian sus diferencias en silencio, otros se esfuerzan en ocultarlas. Luchan por disminuir la brecha que los separa de los demás. Por fin, otros no solo asumen esa condición: se solazan en ella, buscan en algún momento convertirse en marginados. Alejandro pertenece a esta categoría, la de los que están conscientes de su otredad y deciden explorar el mundo con una mirada diferente. Es joven, es homosexual y es escritor. Es para él un deber mirar al mundo y enfrentarlo.

II. Ahora leo los textos de su primera plaquette, Urbano. Me golpea reconocer una ciudad que es la mía, pero al mismo tiempo no lo es y es muchas otras. Encuentro intacta, o aún acentuada, la conciencia del escritor, el ojo que todo lo ve, registra, indaga, transforma. Las buenas maneras no tienen cabida en estas imágenes desencantadas.

Encuentro también algo que percibí en un principio pero había olvidado: el orgullo, un orgullo de ser, existir bajo las propias reglas, ir descubriendo el mundo en sus propios términos. Una altivez nacida junto con él, primigenia. Se sabe ajeno a los subsidios, por encima de los que viven en el mundo de falsos ídolos y espejos. Se sirve de ellos, pero su voz no depende de ellos y eso lo reconforta.

Encuentro también un dolor profundo, el de aquel que ha tenido el amor y lo ha perdido. Y el dolor del que atestigua el destino de los olvidados, pero no lo comparte.

III. A través de quince cantos Alejandro recorre la calle, la ciudad que nunca veo. Se interna en el mercado donde se comercia con mucho más que abarrotes y perecederos. Recorre los bulevares, siempre nocturnos. Camina, ajeno a los carruajes que se han apoderado de las calles y gritan historias sobre una existencia que no es la suya y lo llena de desprecio. Camina por la calle principal de la ciudad, encontrando a su paso niños, mujeres, ancianos, sumergidos en la vorágine cotidiana. Encuentra a los hombres, su objeto de deseo como hombre y como poeta.

IV. Alejandro es queer, hay que decirlo. Esa otredad es una de las muchas que recorre el texto como un río seco, en consonancia con la ciudad donde vivimos. Desnuda a las mujeres que no desea pero constituyen el refugio, el paliativo en la búsqueda verdadera. Hace un recuento de su encuentro con los hombres/ mujeres, con esos habitantes de la tierra de la lentejuela a los que más tarde renuncia, voluntaria pero dolorosamente.

En el último canto, asume plenamente su condición doblemente extranjera: se sabe distinto y encuentra su propia tribu, pero entonces llega la herida y lanza su manifiesto. Renuncia a esa comunidad donde tampoco pertenece. No es expulsado, renuncia. Se encuentra, pues, voluntariamente exiliado. Observando. Y encuentra que hay esperanza.

V. Alejandro camina por esta ciudad mientras anochece. Va encontrando los sonidos, las metáforas, refinando las imágenes. Va madurando su voz poética. Camina, y las palabras le salen al paso.

* Texto leído en la presentación de la plaquette Urbano de Alejandro Betancourt, realizada el viernes 19 de enero en el Auditorio de la Casa del Arte de Ciudad Victoria.

3 dicen que dicen:

  • El 25 enero, 2007 09:37, Anonymous Anónimo dijo otra cosa…

    No tuve oportunidad de asistir a la presentación de los trabajos de A. Betancourt, sin embargo, leí algo de sus textos y me parece interesante conocer mi propia ciudad desde otro punto de vista...

    Las mismas calles que yo transito pero vistas con una mirada crítica... interesante propuesta!

    Logra también abrir los ojos a los demás y reconocer cosas que suceden mientras nosotros vemos lo mismo, más no observamos con detenimiento para hacernos conscientes de muchas situaciones a veces tan evidentes...

     
  • El 27 enero, 2007 13:24, Blogger Hulk dijo otra cosa…

    Si la poesía de Alejandro es desgarradora, este texto tuyo no me deja de estremecer.
    ¿O será acaso que la ciudad también nos enfermó hasta el desahucio?
    Que perdure ese desarraigo de Betancourt, que se revuelque en esta tierra donde se reencuentra y desconoce con dolorosa circularidad.
    Ya se me está haciendo costumbre felicitarte por tu lucidez, tu precisión para presentar libros, pero no podría ser de otra manera.

    Eres genial, me cae.

    Saluditos...

     
  • El 08 febrero, 2007 05:13, Blogger ellb dijo otra cosa…

    Hola Mel, más que una mirada crítica (que si lo es) yo destacaría la mirada poética de Alejandro, incisiva pero brillante.

    Hombre, mi estimadísimo Hulk, muchas gracias por tus comentarios. Que puedo decirte yo, que soy tu fan. Ya no pude saludarte ese día, espero pronto tener la ocasión.

    Saludos!

     

Publicar un comentario

<< El camino amarillo