Casi todo es otra cosa

Columna semanal publicada en el periódico "Últimas Noticias" de Ciudad Victoria, Tam., y otras cosas que se me ocurren en el camino. Por Elin López León de la Barra.

22 febrero 2007

Que la vida es sueño...

Ya lo decía Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Un frenesí./ ¿Qué es la vida? Una ilusión,/ Una sombra, una ficción,/ y el mayor bien es pequeño:/ que toda la vida es sueño,/y los sueños, sueños son”.

Es imposible no pensar en estas palabras después de ver La ciencia del sueño (La Science des rêves, Francia / Italia, 2006), escrita y dirigida por el francés Michael Gondry. Cuenta la historia de Stèphane (Gael García Bernal), una joven artista mexicano que regresa a Francia después de que su padre fallece de cáncer. Consigue, gracias a su madre, un aburrido trabajo elaborando calendarios, rodeado de colegas excéntricos (al menos así los percibe), y conoce a su vecina Stèphanie (Charlotte Gainsbourg), de la cual se enamora. Pero Stèphane siempre ha tenido problemas, según declara su madre en un momento de la película, para distinguir sus sueños de la realidad. Así, desde la primera toma nos vemos inmersos en su mente, atestiguando sus creaciones, sueños y delirios, y la accidentada relación con la vecina, a quien (con escasas excepciones) vemos a través de sus ojos. Y Stéphane también aprende a controlar sus sueños, conformados, como él mismo dice al principio de la película, por sus amistades, relaciones, recuerdos, deseos, la música que ha escuchado a lo largo del día…

La sucesión de imágenes es avasalladora, como un flujo de conciencia. Mientras en algunos momentos Stèphane es arrancado abruptamente de sus sueños y enfrentado a la realidad, conforme la película avaza las transiciones se vuelven más sutiles, moviéndonos con gran fluidez entre el mundo de la realidad y el de la imaginación. Porque no son solo los sueños, sino que la desbordada imaginación de Stéphane encuentra eco en la creatividad y dulzura de Stèphanie.

La exploración de los límites de la realidad es de gran importancia para Michael Gondry, como atestigua su anterior y muy exitosa película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, Estados Unidos, 2004), donde plantea la posibilidad de borrar nuestros recuerdos sobre alguna persona o suceso de nuestras vidas. Las transiciones entre la realidad y la fantasía, entre la imaginación y la memoria, la construcción de imágenes oníricas, son algunas de las constantes que podemos encontrar en su trabajo.

En La ciencia del sueño, más que en Eterno resplandor, podemos notar la formación de Gondry como director de videos y anuncios publicitarios. ¿Cómo olvidar aquellas colaboraciones con Daft Punk, Massive Attack y sobre todo, la islandesa Björk? Las imágenes de la película recuerdan en momentos a los videos de Army of me, con sus máquinas monstruosas, o Bachelorette, donde la cantante corría con su preciado libro en brazos, un libro de misterioso contenido que amenazaba con derribarla.

La estética de la película es de suma importancia. Destaca la belleza de las imágenes de los sueños, una belleza no convencional, con agua hecha de trozos de celofán y ciudades construidas con tubos de cartón, muñecos de trapo y figuras de plastilina… contrastando con la realidad, no menos hermosa, de un París lleno de luz.

Una vez más, Gondry nos regala una historia sobre la complejidad de las relaciones humanas y la posibilidad de que dos personas se encuentren, así sea momentáneamente, dando un vistazo al corazón del otro.

Si vive en Ciudad Victoria vaya a verla hoy jueves, que es su último día en las salas comerciales (es de esas joyitas que no duran más de una semana en cartelera). Sino, búsquela, vale la pena.

15 febrero 2007

¿El Crack en la cultura?

Cuando en 1995 un grupo de jóvenes escritores mexicanos publicó su primera versión de un manifiesto que exponía sus ideas sobre el rumbo que debía tomar la novela (y por ampliación, la literatura) mexicana: ''Vamos a apostar por la novela ambiciosa, la novela total, la que busca crear un mundo autónomo en el lector, la que rescriba la realidad, una novela que verdaderamente diga algo”, no creo que imaginaran que doce años después, varios de ellos se encontrarían al frente de algunas de las más importantes instituciones culturales del país. O tal vez si, y todo haya constituido un plan maquiavélico para, como personajes de caricatura, tratar de conquistar al mundo.

Y el mundo los escuchó. Desde antes de la publicación del manifiesto estaban acumulando premios y reconocimientos. Después, en 1999 Jorge Volpi ganó el premio Biblioteca Breve de Seix Barral con su novela En busca de Klingsor (con la cual da inicio a su “Trilogía el siglo XX”, que lo ha convertido en uno de los escritores mexicanos contemporáneos más reconocidos a nivel internacional) y al año siguiente, Ignacio Padilla se hizo acreedor al Premio Primavera de Novela otorgado por la editorial Espasa – Calpe con Amphitryon.

Estos premios atrajeron la atención sobre el grupo y su Manifiesto del Crack, que pretendía romper con los esquemas en los que, según consideraban, estaba estancada la literatura mexicana y latinoamericana en general.

El resto de los integrantes del grupo (Eloy Urroz, Ricardo Chávez Castañeda, Pedro Ángel Palou, Alejandro Estivill y Vicente Herrasti) se destacaron también por méritos propios, pero sin desligarse de los demás, en lo que Urroz define como “una estrecha amistad literaria” (considerando que por ejemplo, Padilla, Volpi y él mismo se conocen desde la preparatoria). Sin embargo, añade en Crack, instrucciones de uso (Mondadori, 2004): “el crack se propuso ante todo como una forma de hacer novelas —y no sólo como una amistad”.

Al poco tiempo estaban publicando en las secciones de cultura de importantes periódicos a nivel internacional: El País, El Herald, El Universal. Participaban en el mundo de la diplomacia: Padilla como agregado cultural de la Embajada de México en Gran Bretaña y Volpi en Francia. También se integraron al servicio público (Palou fungió como Secretario de Cultura del Estado de Puebla y Estivill se desempeña como encargado de asuntos culturales de la SRE). Sin embargo, no dejó de sorprender el reciente nombramiento de varios de estos escritores como funcionarios del CONACULTA: Jorge Volpi como director del Canal 22, Vicente Herrasti como Director General de Publicaciones e Ignacio Padilla en la Dirección de la Biblioteca José Vasconcelos.

Digo que sorprendió porque, a pesar de que en los últimos años han matizado un poco la virulencia con la que se manifestaron contra algunos de los máximos exponentes de la literatura nacional, y de haber repetido hasta el cansancio que el crack no se “proponía sólo como el ejercicio de un tipo de novela circunscrita fuera de México” (cito nuevamente a Urroz), argumento esgrimido por muchos de sus críticos, la realidad es que la carrera de estos escritores está sucediendo en gran medida fuera de nuestro país. Por lo cual, considero, es un momento extraño para ellos para comprometerse con un puesto de esta naturaleza, en un país que requiere de todo el esfuerzo de sus funcionarios culturales para revitalizar el panorama.

Tal vez, sin embargo, esta es la vuelta de tuerca. Tal vez es precisamente eso lo que tenía en mente Sergio Vela al invitarlos a formar parte de su equipo. Después de todo, si lo hicieron con la literatura, seguramente encontrarán la manera de agitar las aguas de la cultura oficial en México.

08 febrero 2007

El escritor del azar

Desde hace semanas tenía la intención de escribir acerca de la novela de Paul Auster, Brooklyn Follies (Anagrama, 2006) y ahora me entero de que para celebrar su cumpleaños número sesenta, el escritor acaba de presentar una nueva: Viajes por el Scriptorium (Anagrama, 2007).

Nacido en Nueva Jersey, el ganador del Premio Príncipe de Asturias 2006 es admirado por igual por lectores, críticos y escritores. Ha escrito novela, poesía, guión cinematográfico y el llamado non fiction (por ejemplo, el libro de relatos Creía que mi padre era Dios que recopila las historias de los oyentes de su programa de radio en la ciudad de Nueva York). Es difícil no dejarse atrapar por “el escritor del azar y la contingencia”: sus historias se construyen a partir de esos mínimos instantes de duda, en las disyuntivas, las elecciones con consecuencias imprevisibles y en gran medida, por el simple y puro azar, omnipresente en la vida cotidiana.

Por ejemplo, en su primera novela, Ciudad de cristal, la historia se desencadena a partir de una llamada telefónica a un número equivocado: la recibida por un escritor llamado Quinn, quien decide hacerse pasar por el detective privado Paul Aster para resolver el caso de su angustiado interlocutor.

Este juego de nombres e identidades es frecuente en la obra de Auster. El protagonista de Smoke se llama Paul Benjamin, que son en realidad los nombres del autor. En Leviatán el personaje principal tiene sus mismas iniciales y conoce a una mujer llamada Iris, anagrama del nombre de su esposa, Siri.

También abundan los personajes que hacen apariciones en diferentes libros, y las historias dentro de las historias, las bifurcaciones que los protagonistas encuentran en el camino y también gracias a los personajes que conocen.

Así, en Brooklyn Follies, el protagonista Nathan Glass, sobreviviente de cáncer en el pulmón, su trabajo en una agencia de seguros y un divorcio no muy amistoso, regresa a la tierra que lo vio nacer, Brooklyn, para pasar en paz lo que imagina serán sus últimos años. A raíz de un altercado con su hija comienza a escribir El libro del desvarío humano, de cuyo contenido nos enteraremos menos que de las anécdotas de la vida del mismo Nathan, su sobrino Tom (a quien encuentra casualmente como dependiente de una librería de viejo), amigos y familia que irán haciendo su aparición a lo largo de la novela, la cual resulta una celebración de la vida y sus posibilidades.

Brooklyn Follies retoma los elementos típicos de la escritura de Auster: el azar, las historias dentro de la historia, la búsqueda de la identidad y del sentido, la pérdida. Sin embargo, todos estos guiños al lector no dificultan la lectura para los no iniciados en el universo austeriano, que pueden fácilmente verse inmersos en las historias acompañando a los personajes, siempre entrañables a su manera (porque en este universo no existe la perfección, sino seres humanos de carne y hueso, llenos de contradicciones, anhelos y defectos).

Viajes por el Scriptorium cuenta la historia de un hombre amnésico, encerrado en una habitación, que poco a poco arma su historia gracias a la visita de diferentes personajes relacionados con su pasado. Es de agradecer al autor que para celebrar su cumpleaños nos regala a nosotros, los lectores, una nueva pieza del rompecabezas con infinitas posibilidades que compone su mundo.
Fotografía de Dmitri Kasterine.