Casi todo es otra cosa

Columna semanal publicada en el periódico "Últimas Noticias" de Ciudad Victoria, Tam., y otras cosas que se me ocurren en el camino. Por Elin López León de la Barra.

31 agosto 2006

¡Yo quiero mi MTV!


No podía terminar el mes de agosto sin dedicar una columna a conmemorar el 25 aniversario de un acontecimiento histórico para la cultura popular: el nacimiento de MTV.

Music Television, el primer canal televisivo dedicado a la transmisión de videos musicales, fue lanzado el 1 de agosto de 1981. Inició sus transmisiones con “Video killed the radio star” de The Buggles, título que da buena cuenta de su propósito: a partir de entonces se volvió una herramienta indispensable de promoción para los grupos, bandas y cantantes que buscan el éxito a nivel internacional, de una forma y con una eficacia fuera del alcance de la radio.

El canal, dirigido principalmente al segmento juvenil del mercado, se presentó a sí mismo como un fenómeno cultural de grandes proporciones, dando voz a una generación que se encontró reflejada en la música e imágenes que llegaban a su pantalla. Actualmente cuenta con presencia en 179 países y decenas de señales diferentes, como MTV India, Europa, Latinoamérica, Rusia, Australia, entre muchos otros, así como el nuevo canal enfocado a la población latina en Estados Unidos: una respuesta a las demandas del mercado derivadas del crecimiento de dicha población en el vecino país del norte y los ajustes culturales que esto implica.

Esa ha sido una de las virtudes de MTV: detectar las corrientes subterráneas en la cultura juvenil (en Estados Unidos obviamente), retomarlas y proyectarlas a nivel mundial. A ellos debemos, por ejemplo, la explosión de intérpretes de rap y hip hop que se elevaron de estrellas callejeras a magnates de la industria musical; la "invasión latina", la ola de princesas del pop, la propagación del regatón. Pero tal vez lo más importante es que el surgimiento del canal llevó a un nuevo nivel el matrimonio entre la música y la imagen, circunstancia que fue aprovechada por artistas como Madonna, famosa por reinventarse con cada disco o en algunos casos, cada canción (recuérdense los sencillos de su disco Ray of light, en donde aparecía con diferente look en cada video). Ha sido escaparate para muchas de las tendencias estéticas que después vemos reflejadas en el cine y hasta en los comerciales de televisión. Fue pionero de la “reality television” con el programa The real world, surgido en 1992, y posteriormente de la aún más infame “celebrity - reality television” con el programa The Osbournes, que seguía la vida cotidiana del cantante Ozzy Osbourne y su familia.

Claro, el canal ha sido impulsor de una gran cantidad de basura, desde los programas ya mencionados hasta la promoción a nivel masivo de cantantes, grupos y música en general con nula calidad artística. Se le ha señalado como responsable del aplastamiento de las corrientes musicales menos comerciales, intérpretes propositivos, música experimental y en general de la diversidad, al unificar criterios y tendencias. Se ha dicho que su estética es causante del déficit de atención de niños y jóvenes, acostumbrados a un estilo de edición consistente en una rápida sucesión de imágenes de cortísima duración.

Pero a pesar de todo, desde sus orígenes el canal ha sido impulsor de un movimiento cultural tan implícito en nuestra cotidianidad que no lo notamos. Pésele a quien le pese, su influencia en la cultura juvenil es innegable, incluso para los que nunca han visto el canal pero escuchan a los artistas que no hubieran prosperado si no fuera por él. Negocios son negocios: larga vida a MTV.

En otro orden de ideas. Hoy se estrena la obra "La amargura del merengue" de Jorge Kuri, bajo la dirección de Lorena Illoldi y con la participación de excelentes artistas tamaulipecos (por nacimiento y/o adopción). La cita es en el Auditorio del Centro Cultural Tamaulipas a las 19:00 horas, la entrada es libre. Ahí nos vemos.

24 agosto 2006

Amalia es un nombre de teatro


Tenía yo ocho años contados cuando abrió sus puertas el Centro Cultural Tamaulipas. Antes de eso, lo que más recuerdo de esa zona son los precarios tablones apoyados sobre montones de arena que había que cruzar para llegar a la Farmacia El Fénix. Ubicado a dos cuadras de mi casa, el Centro Cultural pronto se convirtió en parte de mi vida cotidiana: ya fuera una visita a la biblioteca, asistir a un concierto, una obra de teatro, función de títeres o pantomima, presentaciones de libros, etc., los tres hermanos recorríamos el camino de la mano de mi madre, dispuestos a aprender a disfrutar de las diferentes expresiones artísticas. La frase “Vamos al teatro” se volvió el pan de cada día.

Con el tiempo el teatro se convirtió simplemente en “el Amalia”, sin apellidos ni complicaciones. Yo no sabía entonces quien era esa mujer de verdes ojos que me observaba en el vestíbulo desde su marco dorado, no conocía su obra ni sabía que el Centro Cultural se inauguró en el mismo año de su muerte (acaecida el 3 de junio de 1986).

Yo no sabía que había sido diplomática, escritora, subsecretaria de asuntos culturales, promotora de los derechos del niño y de la mujer y de la equidad de género, entre muchas otras cosas: una mujer adelantada a su tiempo. Sin embargo, el Amalia era ya sinónimo de alegría, calidez, goce, asombro.

El legado de Doña Amalia, como le conocemos cariñosamente, está íntimamente vinculado con la vida actual no sólo de nuestro estado, sino de México: a ella debemos en gran parte las mujeres de Latinoamérica el derecho a votar y ser votadas, fue la primera mujer en formar parte de un gabinete presidencial en México, la primera en dar el grito de independencia representando al Presidente de la República, entre muchas cosas en las que fue pionera. A mujeres como ella le debemos el hecho de que ahora por fin seamos reconocidas como iguales (digo por fin porque es un triunfo que data de hace 50 años, aunque ahora demos por sentada esa igualdad con tanto desparpajo).

Este año se celebra el vigésimo aniversario luctuoso de Doña Amalia González Caballero de Castillo Ledón, así como de la inauguración del Centro Cultural Tamaulipas. En este contexto el día de ayer se presentó el libro Amalia de Castillo Ledón. Sufragista, feminista, escritora. El alcance intelectual de una mujer, de la Dra. Olga Martha Peña Doria, con la participación del Lic. José Ascención Maldonado Martínez, el dramaturgo y crítico Gonzalo Valdéz Medellín y la autora, evento que amablemente fui invitada a moderar.

Celebro que aprovechemos este marco para recordar a una mujer, tamaulipeca ejemplar, cuyas aportaciones en diferentes áreas repercuten todavía en nuestra vida cotidiana, y rindamos merecido homenaje a su memoria. Celebro que este teatro lleve su nombre, porque además de sus múltiples logros en diferentes áreas, fue también escritora: novelista, ensayista, poeta y dramaturga, cuya obra debe ser rescatada y difundida.

Hoy como hace veinte años, al echar un vistazo a una vida excepcional, de esas que parecen encerrar muchas otras vidas en una, me parece que cuando era niña, no me equivoqué al pensar que Amalia es un nombre de teatro.

17 agosto 2006

Contar cuentos

Desde que el hombre es hombre (siempre me ha encantado esa frase) la narración de historias se convirtió en parte fundamental de su existencia. Desde mucho antes de la invención de la escritura, la oralidad se convirtió en la manera de transmitir y conservar el conocimiento y la memoria de los pueblos. Más allá de una utilidad práctica, la magia de las palabras en la voz del narrador ha sido una fuente de placer y emoción inagotable, desde el chamán que cuenta las leyendas de su pueblo en torno a una fogata, pasando por el pregonero medieval y llegando hasta los actuales cuenteros y narradores (o incluso al chismoso de la oficina que cuenta las últimas novedades en el pasillo).

En alguna colaboración anterior mencioné que una de las principales herramientas del promotor de lectura es, precisamente, la lectura en voz alta. Otra, pariente cercana, es la narración oral, que se diferencia de la primera básicamente en la presencia (o en este caso, ausencia) del libro entre las manos. Es decir, en la narración es necesario aprenderse la historia y contarla más o menos de memoria, sin el apoyo del material impreso.

Pero a diferencia de la lectura en voz alta, que nos exige un apego al texto leído, la narración nos permite apropiarnos de la historia. Podemos contarla con nuestras propias palabras, e ir agregando detalles personales.

La narración además se apoya en elementos como la voz (modulación, tono, velocidad), la mirada (contacto visual con el público) y el cuerpo en general. Podemos utilizar gestos y ademanes, y aprovechar el espacio: para captar la atención de la audiencia (así sea una persona u ochocientas) es de gran importancia movernos, acercarnos, involucrar a la gente. Se puede incluso tener interacción directa, mediante preguntas o comentarios que los inviten a formar parte de la historia.

Al igual que en la lectura en voz alta, hay que tener cuidado en la selección del texto. Como no tenemos el apoyo del libro, es clave conocer bien la historia que vamos a narrar y de preferencia hay que ensayarla un par de veces antes de contarla en público, con ademanes y todo, para comprobar que funciona. Y por último, es importante recordar que si estamos haciendo una labor de promoción de la lectura, hay que remitirse siempre al libro, indicarle al público que la historia que contamos se encuentra publicada en tal o cual libro, si forma parte de una colección, etc. e invitarlos a leer.

Pero habrá quién se pregunte ¿para qué contar cuentos?

Nicolás Buenaventura Vidal, narrador y cuentero colombiano, narra una historia de la tradición judía, acerca de un hombre que contaba cuentos en una plaza, todos los días durante siete años, sin que nadie lo escuchara. Un día un niño le preguntó porqué lo hacía, si a nadie interesaban sus historias. Y él contestó: al principio contaba cuentos para cambiar el mundo, ahora cuento cuentos para que el mundo, él, no me cambie.

En otro orden de ideas. Hoy a las 19:30 horas se inaugura en el Museo Regional de Historia de Tamaulipas la exposición Vidas interiores. Carla Rippey, muestra itinerante que llega a nuestra ciudad gracias a la Secretaría de Desarrollo Social, Cultura y Deporte, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y el mismo Museo. La entrada es libre, ahí nos vemos.

10 agosto 2006

Lo que un día fue, no será

Para hablar del libro Sólo se que así fue, de Orlando Ortiz, decidí asumir el reto como lo que soy: lectora. Y promotora de lectura. Así que me di a la tarea de leer con los sentidos bien abiertos.

En primer lugar creo necesario ubicarnos en la colección donde fue reeditado. El libro reúne dos volúmenes publicados en la década de 1980: Secuelas, 1986, y Desilusión óptica, 1988. Fue publicado por la Dirección General de Publicaciones del CONACULTA en su Colección Lecturas Mexicanas cuarta serie, cuyo objetivo según la Memoria 1995 – 2000 de dicha institución, es volver a “poner en circulación para las nuevas generaciones, obras de importantes escritores mexicanos en los más diversos géneros”. Su primera serie, editada en la década de 1980 por la SEP y el Fondo de Cultura Económica, fue concebida como una colección de grandes tirajes y precios accesibles que facilitaran el acercamiento de los lectores a grandes obra de la literatura mexicana (intención siempre bienvenida).

Así, en esa primera serie se destacan títulos como el Ulises criollo de Vasconcelos (en dos tomos), Balun Canán, Mujer que sabe latín, Bella dama sin piedad y otros poemas, de Rosario Castellanos, La Cena de Alfonso Reyes, volúmenes de Salvador Díaz Mirón, José Gorostiza, Carlos Fuentes, Xavier Villaurrutia, Rodolfo Usigli (los dos últimos con obras de teatro), Julio Torri y hasta nuestro tamaulipeco Marte R. Gómez, con su acercamiento a la vida de Pancho Villa.

La segunda serie abarca sobre todo a la generación de medio siglo. En poesía encontramos títulos de Homero Aridjis, Enriqueta Ochoa, José Carlos Becerra, Eduardo Lizalde, Tomás Segovia y Gabriel Zaid, presente por cierto en 3 de las 4 series. Entre los narradores encontramos a Augusto Monterroso, Sergio Pitol, Hugo Hiriart, Gustavo Sáinz, Carlos Montemayor y Beatriz Espejo, entre muchos otros.

La tercera y cuarta series abarcan una igual diversidad de autores y temas, yendo de Francisco Tario (Una violeta de más) a José Vasconcelos (La sonata mágica), Emilio Carballido (La veleta oxidada. El norte. Un error de estilo) a Dolores Castro (No es el amor el vuelo. Antología poética) en su tercera serie, y José de la Colina (Miradas al cine), Eraclio Zepeda (Benzulul y Asalto Nocturno), Thelma Nava (El primer animal) y Roger Bartra (Oficio Mexicano) en la cuarta, abarcando crónica, relato, teatro, ensayo, cuento, novela y poesía.

Celebro entonces la publicación de Sólo sé que así fue en este contexto, rodeado de los grandes pilares de la literatura nacional, en una colección donde no sólo cabe hacer una remembranza de la vida en Londres en la década de 1970 o de las canciones populares mexicanas, sino también rescatar historias de la vida en las casas miserables alrededor de la Laguna del Carpintero en Tampico (ahora transformada por la limpieza del agua y la construcción del METRO), en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y el submundo oculto de la militancia y la clandestinidad alrededor de los movimientos obreros en nuestro país y el estudiantil de 1968.

Celebro que, en estos días de inconformidades y protestas, exista la memoria de esos días, de la violencia, las traiciones y el desamparo, pero celebro que también quede por escrito, entre la miseria y el dolor, la singular ternura que surge en los fugaces encuentros de los personajes que se mueven en estos mundos convulsos, condenados de antemano a la soledad o a la tragedia.

Más allá de un posible valor testimonial acerca de un tiempo y una época, no quiero dejar de mencionar la destreza con la que están escritos los cuentos, las sutiles referencias que los van hermanando y tejiendo una trama mayor, intuida más que leída, y que dejan en el lector la sensación de que en esos espacios, que veces obviamos, donde elegimos cerrar los ojos, bullen formas de vida que están al alcance de nuestras vista y sin embargo escapan a nuestra imaginación.

Orlando Ortiz dice en el preliminar de Sólo sé que así fue: “…en los dos libros, creo, los jóvenes podrán encontrar algo que Sólo sé que así fue, y espero que no vuelva a ser”.

Esperemos que la lectura de estos cuentos deje en el lector la inquietud de ver más allá de lo que ocurre a nuestro alrededor, las tramas y subtramas que se desarrollan en nuestra vida cotidiana, y la de abrir los ojos a tantas historias que (aquí y ahora), como las del libro, piden ser leídas con ojos atentos para que lo que fue, efectivamente, no vuelva a ser.

03 agosto 2006

Vacaciones

Es definitivamente uno de los mejores inventos de la humanidad. Más que un descanso, la interrupción de la rutina, del ir y venir acostumbrado, las vacaciones representan un bienvenido cambio, una ocasión para gozar del tiempo de la manera que más nos plazca. Ya sea que tengamos oportunidad de viajar o nos quedemos en casa, son una invitación a lo desconocido y lo olvidado, un paraíso de horarios trastocados, un pretexto para el hedonismo. Aún así, el cliché de “volver a la normalidad” me parece sumamente triste: nadie debiera aburrirse con su existencia cotidiana.

Las vacaciones son la ocasión ideal para convertirse en explorador y aventurero. No es necesario ser Marco Polo para descubrir nuevos territorios ni el Barón de Humboldt para dejar testimonio de sus andanzas. Cualquier lugar puede convertirse en una oportunidad de aventura para los espíritus dispuestos. Un territorio archiconocido se convierte en una experiencia para quien lo recorre por vez primera. Podemos convertirnos en turistas o en viajeros. La diferencia estriba en nuestra disposición para percibir y dejarnos cambiar por lo que vayamos encontrando en el camino. La gente, las calles, la comida, los olores, las formas de hablar, los edificios, todo forma parte de ese territorio inexplorado que son los otros, que pueden encontrarse también en la misma ciudad, en nuestra misma casa.

Basta querer descubrir lo desconocido, hacer un esfuerzo de voluntad e imaginación. Escuchar. Ver. Tocar. Poner todos los sentidos donde normalmente no lo hacemos, a saber: en lo que nos rodea.

Puede hacerse el viaje alrededor de la misma habitación. Observar las sombras que el sol o la lámpara nocturna proyectan sobre la pared (los insomnes sabrán a lo que me refiero), las sutiles variaciones de color en la propia piel, la cuidadosa disposición de los muebles. Puede recorrerse bajo una nueva luz el territorio conocido de los rostros amados, los libros más queridos, las notas mil y un veces escuchadas de una canción.

Puede emprenderse el viaje al pasado de las fotografías olvidadas, de las cajas de zapatos repletas de recuerdos de otras épocas y escondidas bajo la cama, o la aventura de reorganizar el librero.

Sin movernos, podemos recorrer los más oscuros parajes del propio espíritu, solazarnos en sus rincones luminosos, conquistar zonas que creíamos inalcanzables.

(No quiero recurrir a la consabida frase de que los libros nos hacen viajar, conocer lugares y costumbres lejanos, vivir nuevas experiencias, etc. etc. Pero sucede. Como también son indispensables para explorar el alma humana y sus recovecos).

Visto así, tenemos el poder de extender las vacaciones para siempre. Al terminar el periodo de asueto, regresamos a casa. Pero nunca a la normalidad.

En otro orden de ideas. Este sábado se presentará el libro Sólo sé que así fue de Orlando Ortiz, con la presencia del autor, acompañado por Clara García Sáenz, Julio G. Pesina y la abajo firmante. La cita es en el Museo Regional de Historia de Tamaulipas a las 19:00 horas y la entrada es libre, los esperamos para charlar y conocer un poco la obra de este autor tampiqueño.