Casi todo es otra cosa

Columna semanal publicada en el periódico "Últimas Noticias" de Ciudad Victoria, Tam., y otras cosas que se me ocurren en el camino. Por Elin López León de la Barra.

01 junio 2006

De la lectura como vicio


Cuenta Felipe Garrido que cuando era niño, uno de sus maestros llegaba todos los días al salón con un periódico deportivo bajo el brazo, les ponía alguna actividad, y se desentendía de ellos para dedicarse a la lectura. Como resultado, agrega, no aprendimos casi nada de geografía, pero casi todos nos volvimos fanáticos de las Chivas y algunos nos volvimos lectores.

Es un dicho viejo eso de que el hábito de la lectura se predica con el ejemplo. Es un hecho que el niño o joven que tiene un modelo lector (padre, maestro, amigo) es más propenso a acercarse a los libros. Desgraciadamente, no siempre se da esta condición, y es más fácil encontrar personas predicando la importancia de la lectura, que verdaderos lectores.

En su libro Como una novela (algo así como la Biblia para aquellos interesados en el tema de la promoción de la lectura), Daniel Pennac comenta que al pedirle a sus alumnos que describieran a un lector, éstos le contestaban con una serie de estereotipos: “Los más ‘respetuosos’ me describen al mismo Dios Padre, una especie de eremita antediluviano, sentado desde toda la eternidad sobre una montaña de libracos viejos a los que habrá exprimido el sentido hasta comprender el porqué de todas las cosas. Otros me bosquejan el retrato de un autista profundo, tan absorto en los libros que se tropieza contra todas las puertas de la vida. Otros me pintan un retrato en negativo, dedicándose a enumerar todo lo que un lector no es: no es deportista, no es animado, no es divertido, y no le gustan ni los chistes, ni la ropa, ni los autos, ni la televisión, ni la música, ni los amigos… Y otros, por último, más ‘estrategas’, erigen frente al profesor la estatua académica del lector consciente de los medios a su disposición por los libros para acrecentar su saber y agudizar su lucidez […] Pero ninguno, ni uno solo se describe a si mismo ni describe a un miembro de la familia o alguno de esos innumerables lectores con los que se cruzan todos los días en el tren subterráneo”.

Y ni hablar de cuando pregunta sobre el libro: aparece un objeto extraño, mítico, extraterrestre, al cual tienen acceso sólo unos cuantos elegidos. Esta percepción de lo que es un lector y la sacralización de la lectura son resultado de la falta de familiaridad con el libro como objeto, por un lado, y de un acercamiento a sus contenidos y posibilidades, por el otro. Porque no basta con poner material de lectura (que puede ser un libro, periódico, revista, historieta, etc.) al alcance de de la mano para que las personas se sientan tentadas a leer. No es tan simple. Porque además de todo, no basta con que veamos a alguien leer, o que nos platique que leyó: tiene que hacerlo con gusto, con pasión, para que puedan entonces despertarse en el otro la curiosidad y el interés. Porque para que puedan formarse lectores tiene que existir un interés genuino de una persona que extienda la mano y le lea a otra, así, por el gusto de hacerlo, por la necesidad de compartir el placer que le provocan las palabras, las frases, las ideas, las historias.

La palabra “hábito” me da la sensación de algo bueno, sano, higiénico y casi obligatorio, como lavarse los dientes o levantarse temprano. Yo prefiero pensar en la lectura como un vicio que, como dice Garrido, se adquiere por contagio.

En otro orden de ideas. El viernes pasado se presentó en el café La Buena Vida el número 15 de la revista Taladro, publicación independiente que desde 1989 difunde el arte y la música de vanguardia que normalmente brillan por su ausencia en los medios comerciales. Para adquirirla puede escribir al correo electrónico genitalprods@email.com. Felicidades a Toño Rotuno y compañía.