Casi todo es otra cosa

Columna semanal publicada en el periódico "Últimas Noticias" de Ciudad Victoria, Tam., y otras cosas que se me ocurren en el camino. Por Elin López León de la Barra.

25 mayo 2006

El pequeño príncipe y el aviador


Antoine de Saint-Exupéry nació en Lyon en 1900. Ingresó en la fuerza aérea francesa en 1921, y en 1926 se hizo piloto comercial, realizando vuelos postales internacionales, labor en la que fue pionero y que lo llevó a África y Latinoamérica. Al mismo tiempo, comenzó a escribir. Durante la Segunda Guerra Mundial se retiró temporalmente de la aviación y vivió en Nueva York. Posteriormente regresó a su país de origen y se unió a un escuadrón de las fuerzas aliadas establecido en el Mediterráneo. Falleció en 1944 en una misión de reconocimiento sobre el sur de Francia, en circunstancias desconocidas. En 1998, un pescador de la isla de Riou (cerca de Marsella) encontró en la playa un brazalete de plata perteneciente al escritor, que tenía grabados el nombre de su esposa y sus editores (detalle, a mi parecer, sumamente significativo). En octubre de 2003 se recuperaron los restos de un avión en la misma zona y fue hasta abril de 2004 cuando el Departamento de Investigaciones Arqueológicas Submarinas del Gobierno Francés confirmó que se trataba del avión del escritor.

(Por cierto, su pasión por los aviones despertó su faceta de inventor: registró 13 patentes entre 1934 y 1947. Esta última, concedida póstumamente, fue registrada en febrero de 1940 y otorgada siete años más tarde).

Aunque su obra no es estrictamente autobiográfica, varios de sus libros están inspirados en su trabajo en el servicio postal, el cual retoma con tintes filosóficos y poéticos en El aviador (1926), Correo del sur (1929) y Vuelo nocturno (1931), por mencionar algunos. En 1948 se publicaron sus cuadernos de notas con el título de La ciudadela.

Pero fue en 1943, fruto de su estancia en Nueva York, que publica su libro más famoso: Le petit prince, “El Principito”. Algunos lo han catalogado como “una fábula infantil para adultos”, otros lo encasillan como un cuento para niños. Pero es, sin duda, una obra mayor de la literatura universal, un legado para todo aquel (sin importar edad) que se aventure a adentrarse en este relato del encuentro entre el aviador y el pequeño príncipe.

La historia es de sobra conocida: narra la relación entre un piloto varado en el desierto del Sahara, y un niño, un príncipe, proveniente de un asteroide. En el camino, inundado de aliento poético, el piloto va conociendo la historia del principito y su planeta, su amada rosa, su paso por distintos asteroides y su llegada la tierra. Es una crítica al mundo materialista (representado, por supuesto, por lo adultos), una celebración de la amistad, la curiosidad, el amor y la bondad; un símbolo de la búsqueda permanente de uno mismo y del conocimiento verdadero de lo que nos rodea (“Sólo se conocen las cosas que se domestican”). Todo envuelto en una visión profundamente humana de la vida misma.

Es tanto lo que se ha escrito sobre el Principito que parece difícil agregar algo más. Pero siempre, como todo libro digno de ese nombre, en cada lectura pueden encontrarse nuevas aristas, nuevos ángulos para explorar, pero sobre todo, nuevas emociones en las cuales vernos reflejados. Lo cual es indispensable, por supuesto, para evitar volvernos mayores, para conservar la capacidad de ver corderos dentro de cajas dibujadas en un pedazo de papel y escuchar la risa de millones de cascabeles bajo el cielo cuajado de estrellas.

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